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Emil estaba tan débil que parecía que no sería capaz ni de llegar hasta la ventana, pero lo consiguió. Descorrió las cortinas, miró al exterior y por primera vez en años de horror su rostro estalló en una sonrisa. Porque ahí abajo en la calle estaba Xaver devolviéndole la mirada. Porque el hombre que amaba le había dicho te quiero por primera vez y él le estaba respondiendo, muy flojito, con su aliento empañando el cristal de la ventana.

 

Quedó reflejado en el último de los cuadros de Xaver.

 

Esa misma noche, un 12 de diciembre de 1916, Emil Muler falleció.

 

Tenía 22 años.