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Cierto domingo lluvioso,

unos amigos decidieron visitar Sighisoara. Vivía en una granja de Transilvania, propiedad de Uwe, un saşi o sajón transilvano, una minoría producto de la colonización germana del siglo XII. Él condujo el carro que me llevaría a Sighisoara. Mi propósito, era ver la tumba de Emil y Xaver, de la que había leído en una historia tiempo atrás.

 

Transilvania es más que castillos y vampiros. Transilvania es una extraña joya de herencia sajona, rumana y húngara, donde los idiomas y las culturas han forjado un crisol único en este país.

 

Sabía, -por palabras del autor de la historia, Guillem Clua-, que para llegar a la tumba había que subir a la iglesia fortificada, por la escalinata cubierta de 1642, en la que supuestamente Xaver y Emil recorrían para llegar a la escuela. Se hizo así para proteger niños y los fieles de las inclemencias del tiempo, cosa que vine a saber de primera mano con el aguacero que se abalanzaba.

MINIMΛL